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Monday, March 4, 2013

La memoria del gintonic, de Antonio Báez




Sinopsis:

Una novela llena de ternura y de inevitabilidad. De ironía. Dolorosa, alegre y profunda. Una novela sobre el olvido, pero, sobre todo, una estampa certera sobre la familia, sobre el hecho de envejecer. Con tanta sinceridad y exactitud que a muchos nos resonará y hará temblar ciertas membranas internas. Y nos dejará con esa placentera desazón de cuando, al leer, alguien nos da de lleno en el centro de la herida.El ritmo de la narración es excelente. Los diálogos, breves, agudos, están construidos con esa falsa naturalidad que los hace muy literarios. Pero, sobre todo, los personajes. Cada uno es una ventana entreabierta, desde la que se puede atisbar un paisaje profundo, un paisaje para que la imaginación desgrane poco a poco. En especial Eulogia, que tiene todo lo que debe tener para que, conforme la conocemos, percibamos incluso su olor y la textura de su voz.Eulogia podría ser cualquiera de nosotros, o cualquiera de nosotros podría llegar a ser Eulogia; cualquiera que reúna la ternura, la mala leche, el deseo oculto, las frustraciones, la ilusión, las contradicciones, la tristeza, la suma de los años, muchas pérdidas, algún muerto... Cualquiera que se haya sentido aislado alguna vez y se haya descubierto a sí mismo buscando consuelo en la evidencia de que casi todos somos necios e ignorantes; de que, en efecto, la gente es muy bruta.(Cristina Cerrada y Leonor Sánchez).

«—Es usted muy rara, señora Eulogia —me ha dicho Palmira.
—Pues anda que tú —le he contestado yo.
—Pero me lo paso muy bien con usted.
—Y yo contigo, hija. ¿Salimos a tomar algo?
—Me apetece un gintonic.
—Y a mí. Quiero que me cuentes cómo eran los bailes de gala de tu viaje en patera.
—Elegantísimos, doña Eulogia, no parecíamos negros, todos a golpe de valses»

La memoria del gintonic es una novelita —así la llama su autor— que cuando la terminé de leer me dejó un sabor agridulce porque a medida que pasaba las páginas me iba encariñando con Eulogia, a quien ya tenía como de la familia. Y digo sabor agridulce porque ella se iba dando cuenta de que su memoria le empezaba a fallar. La demencia comenzaba a formar parte de su vida y empezaba a jugarle malas pasadas; una demencia a la que todos le tenemos respeto y  miedo al mismo tiempo, pues los años van pasando y la memoria nos pasará factura. 

Para celebrar sus setenta y una primaveras, Eulogia le pide a su hijo Carlos que le regale un curso de escritura. Su hijo, el pobretico, nunca sabía qué comprarle como regalo de cumpleaños y tenía que decirle ella lo que quería. Con muy pocas pinceladas, conoceremos a través de Eulogia  a Palmira, su criada de Cabo Verde, una criada que le era muy fiel y le soportaba sus excentricidades. Su hijo Carlos, del que siempre dice que mira a Palmira por el rabillo del ojo y que cree que no está enamorado de su mujer, Julia. Una Julia a la que detesta, no la soporta y, las veces que van a comer a su casa, le preparara lo que a su nuera no le gusta, excusándose ante su hijo de que nunca se acuerda de ello. Pero también nos hablará de su hermana Esperanza que es Presidenta de una Comunidad, pero no de una comunidad de vecinos, sino de Una Comunidad Autónoma; de su difunto marido, Ernesto; de sus recuerdos, de sus fantasmas; unos fantasmas que la irán a visitar todos los fines de semana. ¡Ah!, y me olvidaba de Apolo. Sí, su Apolo, su gigoló, con quien mantenía sus relaciones eróticas, o por lo menos eso era lo que ella se creía.

 Así es mi amiga Eulogia. Una mujer llena de ternura, de esa mala leche que la caracteriza, de soledad, de recuerdos, de añoranza por aquellas personas que ya no tiene a su lado porque han fallecido pero que perviven en su memoria. Pero, sobre todo, encarna el paso del tiempo, la vejez, el olvidarse de las cosas. ¡Ay, tus gafas, Eulogia!. ¿Por qué las buscas si las llevas puestas encima de la nariz?. La vejez, una vejez a la que todos llegaremos algún día y veremos que nos va a pasar como a Eulogia; que tendremos que utilizar nuestra libretita para apuntar las cosas y después llenar los rincones de la casa de post-it.

Antonio Báez (Antequera, 1964), construye una novela llena de ternura, de ironía, alegre y amarga al mismo tiempo, dolorosa y profunda como la vida misma. Y digo construye porque, en la nota del autor dice que «su trabajo literario se hace  con materiales de derribo, de desecho y que los reciclo para  componer una cosa diferente, a veces modificada, que pocas veces sé de antemano qué va a ser»

La memoria del gintonic (Editorial Talentura) está llena de realidad y de ficción de manera que ambos forman un perfecto puzzle. La historia es contada en primera persona por Eulogia, escrita con un lenguaje sencillo. Una historia con un ritmo que no decae, un equilibrio perfecto entre los pensamientos de nuestra protagonista y los diálogos, muy cortos, que agilizan la lectura. Son muy pocas páginas. Se lee de una sentada prácticamente pero yo preferí ir haciéndolo a fuego lento para degustar mejor este plato, disfrutar de cada secuencia, conocer mejor a Eulogia. Dos relatos, El regalo y El banquete completan esta novelita.

El autor:



Antonio Báez Rodríguez (Antequera, 1964), publicó en 2008 un libro de cuentos titulado Mucha Suerte (Narrador.es). Figura en las antologías Bogs de papel (Editores Policarbonados, 2009) y Velas al viento. Los microrrelatos de la nave de los locos (Cuadernos del Vigía, 2010), así como en diversos medios digitales. En internet mantiene, desde 2007, http://cuentosdebarro.blogspot.com/


Título: La memoria del gintonic
Autor: Antonio Báez
Editorial Talentura
Primera edición, septiembre 2011.
ISBN: 9788493765972
Nº Páginas: 118.





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